Los antiguos griegos, en la cima de su sabiduría, comprendieron que la mejor estrategia para educar a un pueblo no era el dogma, ni la escritura, sino el teatro. Para ellos, la tragedia era el espejo donde la ciudad se miraba para reconocer sus propias debilidades y los peligros del exceso. Para los atenienses, el teatro no era entretenimiento, era formación ciudadana. El Estado pagaba la entrada de los pobres (el theorikon) porque entendían que un ciudadano que no comprende la tragedia de la tiranía o el peso de la justicia es un ciudadano peligroso para la democracia.
Si los griegos inventaron el teatro como una estrategia única de formación democrática, fueron los dramaturgos del siglo XVI, como Shakespeare, y los españoles como Molina, Quevedo, Lope de Vega, quienes lo perfeccionaron como un laboratorio de disección política. En la Inglaterra isabelina y en la española también, el teatro no solo entretenía; advertía sobre lo que sucede cuando los contrapesos del poder se rompen.
Hoy, en Guatemala, parecemos vivir en ese escenario donde la justicia ha dejado de ser un pilar para convertirse en un decorado. Es por eso que a la luz de dos tragedias shakesperianas: El rey Lear y Macbeth se puede mostrar nuestra situación. Ambas tragedias de Shakespeare funcionan de maravilla para analizar el poder y ofrecen dos enfoques distintos y complementarios de la realidad guatemalteca.
King Lear es la obra ideal si se quiere enfocar en la descomposición del Estado y la pérdida de autoridad moral. Esta tragedia nos recuerda que un Estado que fragmenta su autoridad en manos de cortesanos aduladores y operadores de sombras, está condenado a la tormenta. No es solo un error político; es un error histórico que la literatura ya ha documentado con sangre.
Macbeth: La ambición y la cooptación del poder. En su trama se ve reflejada la situación actual del sistema de justicia y la lucha por las cortes de nuestro país. Trata sobre la usurpación y la paranoia de quien sabe que su poder es ilegítimo.
Hoy, sacar lecciones de esas obras es más urgente que nunca: la literatura sigue siendo la maestra más lúcida para aprender de los errores del pasado y entender un presente que, en Guatemala, parece haber saltado de los libros a la realidad. Al analizar el desmoronamiento de nuestro sistema de justicia y la fragilidad de nuestras instituciones, la sombra del Rey Lear de Shakespeare emerge con una vigencia aterradora. No estamos solo ante una crisis de gestión, sino ante la representación clásica de un Estado que, tras ser repartido en cuotas de poder, termina solo y desnudo ante el vendaval de su propia destrucción.
En las próximas opiniones analizaré ambas tragedias a la luz de nuestra realidad. Se dice con frecuencia que la historia se repite, pero es quizá la literatura la mejor maestra para identificar los errores del pasado y descifrar las sombras del presente.
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